(Fuente imagen: Gizmodo)
Acabamos de recibir una noticia que nos ha llamado la atención. En Teruel, en un municipio llamado Aguatón, se va a celebrar la "manifestación de alegría", tras instalarse la primera antena de telefonía móvil.
Felicidades por ellos, pero esperamos que la ubicación de dicha estación base no sea a escasos metros de un edificio o centro sensible. Ya hemos visto cómo en otros lugares la gente más bien pasa miedo, o promueven que se retiren las antenas cercanas a colegios, o que retiren las que carecen de licencias.
Las operadoras, como siempre, argumentan del peligro de dejar sin cobertura a los ciudadanos (¿qué tipo de cobertura?), pese a ser uno de los países del mundo con mayor tasa de penetración de la tecnología 3G (fuente: Yahoo) y pese a los esfuerzos del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio (fuente: Cibersur).
Y, posiblemente, habrá enfermos imaginarios, pero ¿tantos?¿y en lugares tan dispares?. ¿Por qué en vez de negar tajantemente las operadoras los posibles efectos sobre la salud, no se plantean la hipótesis de que algo de razón pueden tener tanto movimiento social y aplican el Principio de Precaución mientras llegan a un consenso científico?.
Hasta en Chile se desmantelan las antenas. Por algo será... En Australia, alguno ya se toma la justicia por su mano y la emprende contra seis antenas de telefonía móvil con un tanque. No es cuestión de llegar a esos extremos, pero sí de que las operadoras reconozcan que sus antenas SÍ afectan a la salud, como hizo en su día el Consejero Delegado de Telefónica Móviles, Javier Aguilera.