Descuidar la vida familiar y social, pasar más horas en la oficina de las necesarias, llevarse trabajo a casa para acabarlo por la noche o durante el fin de semana… Éstas y otras situaciones similares pueden ser síntoma de que algo no marcha bien.
Si has identificado alguno de estos síntomas, es posible que seas lo que en el ámbito anglosajón se conoce como un workaholic. O lo que es lo mismo: que seas un adicto al trabajo. Bajo esta etiqueta se engloban aquellos trabajadores que, de manera progresiva, pierden su equilibro emocional y se obsesionan por alcanzar el éxito profesional.
Si has identificado alguno de estos síntomas, es posible que seas lo que en el ámbito anglosajón se conoce como un workaholic. O lo que es lo mismo: que seas un adicto al trabajo. Bajo esta etiqueta se engloban aquellos trabajadores que, de manera progresiva, pierden su equilibro emocional y se obsesionan por alcanzar el éxito profesional.
Los expertos coinciden en que se trata de un proceso gradual que dura entre 5 y 20 años, y que suele tener como detonante unas ambiciones profesionales que están por encima de la media. Por esta razón, alcanzarlas también implica un nivel de dedicación superior a una jornada de trabajo de 8 horas.
Ahora bien, ¿cómo detectar esta adicción? Uno de los problemas más habituales es que el entorno inmediato del trabajador compulsivo no suele ver nada negativo en su actitud; incluso, renunciar a las vacaciones o trabajar en fines de semana puede llegar a contemplarse como una opción loable.
Aunque no existe un perfil estándar, este trastorno es más habitual en hombres que en mujeres, y se manifiesta especialmente en trabajadores de clase media y en entornos urbanos. La edad a la que empieza a desarrollarse acostumbra a oscilar entre los 40 y los 50 años, y tiene una especial incidencia en aquellos que desempeñan profesiones liberales, como abogados, médicos, arquitectos, periodistas o directivos de multinaciones.
Marisa Bosqued, autora del libro ¡Que no te pese el trabajo!, distingue los siguientes perfiles de adictos al trabajo:
El complaciente: es menos ambicioso y más sociable que el resto de workaholics. Busca sobre todo la aprobación de sus jefes y sus compañeros de trabajo y no acostumbra a compartir sus problemas, por lo que tiene más riesgo de sufrir una depresión.
El controlador: es más independiente y ambicioso que el anterior. Suele mostrarse irritable cuando pierde el control de la situación o ve disminuir su rendimiento laboral.
El narcisista controlador: es el grado más elevado. Reúne los rasgos del controlador y añade un alto componente de egolatría, lo que le lleva a comportarse de manera despótica con sus compañeros.
Entre los síntomas asociados a este trastorno, se cuentan estados psicológicos como la irritabilidad, la ansiedad, la depresión o la sensación de cansancio, agobio o vacío emocional. A su vez, también son frecuentes desórdenes fisiológicos (como el insomnio o la hipertensión arterial) o una inclinación exagerada hacia el perfeccionismo.
A la hora de tratar esta adicción, se requiere ponerse en manos de un terapeuta profesional, y lo que es más importante: que el adicto al trabajo reconozca su problema y se muestre dispuesto a solucionarlo.
En estos casos, no obstante, la intervención de expertos con formación en recursos humanos en el marco de la empresa también puede ayudar a prevenir este trastorno.
Publicado por http://www.quecursar.com
Ahora bien, ¿cómo detectar esta adicción? Uno de los problemas más habituales es que el entorno inmediato del trabajador compulsivo no suele ver nada negativo en su actitud; incluso, renunciar a las vacaciones o trabajar en fines de semana puede llegar a contemplarse como una opción loable.
Aunque no existe un perfil estándar, este trastorno es más habitual en hombres que en mujeres, y se manifiesta especialmente en trabajadores de clase media y en entornos urbanos. La edad a la que empieza a desarrollarse acostumbra a oscilar entre los 40 y los 50 años, y tiene una especial incidencia en aquellos que desempeñan profesiones liberales, como abogados, médicos, arquitectos, periodistas o directivos de multinaciones.
Marisa Bosqued, autora del libro ¡Que no te pese el trabajo!, distingue los siguientes perfiles de adictos al trabajo:
El complaciente: es menos ambicioso y más sociable que el resto de workaholics. Busca sobre todo la aprobación de sus jefes y sus compañeros de trabajo y no acostumbra a compartir sus problemas, por lo que tiene más riesgo de sufrir una depresión.
El controlador: es más independiente y ambicioso que el anterior. Suele mostrarse irritable cuando pierde el control de la situación o ve disminuir su rendimiento laboral.
El narcisista controlador: es el grado más elevado. Reúne los rasgos del controlador y añade un alto componente de egolatría, lo que le lleva a comportarse de manera despótica con sus compañeros.
Entre los síntomas asociados a este trastorno, se cuentan estados psicológicos como la irritabilidad, la ansiedad, la depresión o la sensación de cansancio, agobio o vacío emocional. A su vez, también son frecuentes desórdenes fisiológicos (como el insomnio o la hipertensión arterial) o una inclinación exagerada hacia el perfeccionismo.
A la hora de tratar esta adicción, se requiere ponerse en manos de un terapeuta profesional, y lo que es más importante: que el adicto al trabajo reconozca su problema y se muestre dispuesto a solucionarlo.
En estos casos, no obstante, la intervención de expertos con formación en recursos humanos en el marco de la empresa también puede ayudar a prevenir este trastorno.
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