Antonio Jiménez Barca
El electricista jubilado Pierre Le Guennec tiene cara de buen tipo y pinta de persona a la que uno compraría un coche usado. Desde hace una semana se ha convertido en el manitas más famoso y perseguido de Francia: el lunes, por medio de un artículo en Libération, se supo que guardó durante 40 años 271 obras inéditas de Picasso en un rincón del garaje de su casa de Mouans-Sartoux, en el sur de Francia, a veinte kilómetros de Cannes, envueltas en una bolsa de plástico, según él mismo explica, al lado de sus herramientas de electricista y de un montón de cables viejos. Él asegura que se los regaló el pintor en 1973. "Y se conservaron bien", añade, con una sonrisa retraída, "a pesar de los ratones que hay ahí".
Le Guennec -gafas con cordones, tirantes, camisa de leñador de las de hace treinta años- es muy tímido, hasta el extremo de que le cuesta explicarse. Habla a trompicones y esconde la cara con las manos en un gesto repetido de impotencia. Cuando se le comenta que los dibujos que él conservó tanto tiempo ocultos valen más de ochenta millones de euros murmura (aparentemente) abrumado por la cifra: "Esto no es posible. Esto me sobrepasa". Para el abogado de los herederos de la familia Picasso, Le Guennec es un pillo mentiroso muy listo con cara de buen hombre que ha conseguido mantener en secreto y escondido un tesoro robado hace 40 años que ahora destapa para dejar una herencia a sus dos hijos y cuya impostura puede acabar con una condena de cárcel; para la abogada Evelyn Rees, de Cannes, sus defendidos, Le Guennec y su animosa y charlatana mujer Danielle, son simplemente una pareja humilde de ancianos que ha vivido siempre del escaso sueldo del marido (algo que corrobora la policía), reconvertidos de golpe en protagonistas de una historia tan inverosímil como cierta, de esas que solo pueden ocurrir en la Provenza, y que arrancó una mañana de 1970.
"Ese día, el secretario de Picasso, Miguel algo, me llamó por teléfono para que fuera a arreglar el motor del horno que se les había estropeado en su casa de Mougins, que está cerca de donde yo vivo. Fui y se lo arreglé. Después volví mucho allí, a arreglar luces, enchufes, grifos, a poner un sistema de alarma por toda la casa", explica Le Guennec, muy despacio, mirando al suelo.
-Pero cuenta lo del sombrero, hombre, lo del sombrero, le ordena Danielle.
"Un día, en el que yo estaba arreglando las luces del jardín, el secretario ese, Miguel, me hizo llamar, y me dijo que me llamaba el maestro. Yo me acerqué. Estaban desayunando en la terraza. Picasso me indicó que me sentara a su lado. Y se fijó en el sombrero de paja que yo tenía. Jacqueline [Roque, última esposa de Picasso] me pidió que se lo regalase. Y se lo di claro. Luego vi que lo había utilizado para un cartel de una exposición en Aviñón".
Después, un día no determinado de 1973, meses antes de que falleciera el pintor, cuando Le Guennec se iba para casa después del trabajo, Jacqueline se le acercó: "Venía con una caja de cartón y me dijo: 'Para ti, de parte del maestro'. Vi que eran unos papeles, unos dibujos, pero no le di mucha importancia, lo metí en la camioneta y me volví a casa. Al llegar los envolví bien y los dejé en una estantería del garaje. Para mí no eran cuadros, no eran pinturas, muchos no estaban acabados, eran dibujos, pruebas, a los que no di mucho valor...".
La resolutiva Danielle añade: "Tal vez ahora habríamos hecho otra cosa. Pero entonces, éramos jóvenes, no sabíamos. Él tenía 30 años y yo, 27".
Guardaron el contenido de la caja, jamás hablaron de él a nadie, pasaron 40 años, y hace meses Pierre decidió desenterrarlo. ¿Por qué ahora? "Porque hace un año me detectaron un cáncer de próstata. Me operaron, toco madera, y estoy bien, pero pensé que si yo moría, mis hijos se iban a preguntar que qué eran esos dibujos, así que decidí contarles la historia y para que quedara claro que eran de Picasso, me dirigí a los herederos".
Así, en enero llamó a la sociedad Picasso Administration, en París, y explicó a una secretaria que poseía varias obras del pintor y que deseaba autentificarlas. En esta sociedad están acostumbrados a las llamadas de chiflados o de espabilados que afirman guardar en su casa un cuadro o un dibujo del artista, así que a Le Guennec le dieron la respuesta tipo: "Haga unas fotografías y envíenoslas por correo". El viejo electricista, ayudado por uno de sus hijos, colocó un marco blanco de papel a cada dibujo y se puso manos a la obra: "Mientras las fotografiábamos les íbamos poniendo el título que nos parecía mejor, un poco al tuntún: a una la llamamos Bailarina, a otra Cabeza de mujer..., yo no sé". Envió una treintena de fotografías. Los de Picasso Administration le pidieron más. Obedeció. Y en septiembre, Claude Picasso, uno de los hijos del pintor y el encargado de gestionar la herencia, intrigado por esas fotografías malas en blanco y negro que escondían obras desconocidas, llamó a Le Guennec y le rogó que se acercara a París para estudiarlo todo personalmente.
"Metimos en una maletita con ruedas todos los dibujos y nos fuimos en tren a París, Danielle y yo", explica Le Guennec, encogiéndose de hombros.
El hijo de Picasso y un colaborador contemplaron estupefactos durante tres horas el maravilloso contenido de la maleta de los dos ancianos: un pequeño cuaderno con un centenar de deliciosos dibujos de Picasso a lápiz y a tinta, de apuntes al natural, de ensayos, de caricaturas; pero también una treintena de litografías (varias idénticas), un retrato a tinta de la primera mujer de Picasso, Olga Koklowa, nueve collages cubistas que por sí solos valen más de cuarenta millones de euros, una decena de bocetos de Las tres gracias, una acuarela de su periodo azul y varios paisajes (muy raros en Picasso), entre otros prodigios. En ningún momento dudaron de su autenticidad. Nadie en el mundo podría haber imitado con tanta perfección tantas técnicas diferentes de Picasso. El valor aproximado de las obras guardadas en el garaje de Le Guennec ronda los ochenta millones de euros, según varios expertos franceses. Anne Baldasari, directora del Museo Picasso de París, en una entrevista concedida el miércoles al periódico Le Figaro, aseguraba: "Las numerosas piezas aparecidas tienen una importancia considerable para aclarar la obra de Picasso en su juventud. Son fondos de su taller personal, de los años 1900-1932".
Recuperado de la conmoción, Claude Picasso recomendó a Le Guennec que hiciera fotos en color -y de buena calidad- de las obras a fin de autentificarlas de una vez y le recomendó un fotógrafo parisiense. Y quedaron en hablar. Le Guennec accedió y fue a ver a ese fotógrafo al salir de la entrevista. "Pero cobraba cuarenta euros por foto, así que lo dejamos", explica.
Volvieron los dos, Danielle y Pierre, en tren a su casa de la Provenza, con los dibujos otra vez metidos en la maletita de ruedas. Al llegar a casa, eso sí, los guardaron en un arcón donde Le Guennec conserva una colección de armas antiguas. Y se dispusieron a aguardar la llamada de los Picasso. En vez de eso, a la semana se presentaron en la casa varios agentes especializados de la Oficina Central Contra el Tráfico de Bienes Culturales que reclamaron inmediatamente las obras y le informaron de que sobre él pendía una denuncia interpuesta por los herederos de Picasso. Asombrado, asustado, según cuenta, Le Guennec le mostró a la policía el arcón donde guardaba los dibujos. Después, los policías registraron minuciosamente toda la casa, habitación por habitación, el jardín, el famoso garaje. Pero no encontraron nada más. Le Guennec no había distraído ni uno solo de los dibujos que enseñó a Claude Picasso: todo estaba ahí. Los tres (los dibujos, Pierre y Danielle) fueron traslados a la comisaría. Allí, el electricista jubilado se enteró de que los herederos de Picasso le habían denunciado no por robo (delito ya prescrito), sino por apropiarse de un bien robado (delito aún vigente). Arrestado por ladrón, pasó una noche en el calabozo.
-A mí me soltaron a las tres horas, especifica Danielle, sonriente.
El abogado de Picasso Administration, Jean-Jacques Neuer, desde un despacho de una de las zonas más exclusivas de París, explica las razones que les llevaron a acusar a Le Guennec: "Para nosotros está claro que robó las pinturas. Ninguno de los dibujos está dedicado. Todos pertenecen a un periodo determinado, como si estuvieran archivados en un mismo sitio, en la misma caja. Nadie conoce a este señor Le Guennec de nada, no aparece por ningún lado en ninguna biografía del artista probablemente más estudiado de la historia. No creemos que fuera un amigo de Picasso". Y añade: "Si a ti te regalan unos dibujos de Picasso, los pones en tu casa, los cuelgas en las paredes, los enseñas, no los escondes en el garaje. ¿Por qué los ha ocultado durante cuarenta años? Además, no me imagino a Picasso regalándole a su electricista un lote de dibujos, muchos de ellos inacabados, o dándole unos collages surrealistas que no habría regalado ni a Braque. Todo esto no tiene sentido, es simplemente aberrante".
Con todo, la prensa local defiende al electricista y subraya el hecho de que jamás haya intentado vender ningún dibujo bajo cuerda y a escondidas, que no haya intentado escapar después de hablar con Claude Picasso, que ni siquiera ocultó las obras ni apartó ninguna para él después de viajar a París. Los expertos en arte, por el contrario, opinan que Le Guennec se apropió de algo que no le pertenecía, apelando a las mismas razones que Neuer. Hay galeristas de Niza que opinan, sin embargo, que Jaqueline Roque bien pudo darle la caja por error y que eso explicaría el caso. El alcalde de Mouans-Sartoux, André Aschieri, solo recuerda, en una entrevista reciente a Le Figaro, que Pierre ha sido siempre un vecino ejemplar del que jamás se ha conocido un episodio turbio. Y su abogada desde hace 15 días, Evelyn Rees, asegura que los herederos de Picasso tratan de ensuciar una bonita historia de gente honrada que tuvo la suerte de codearse con Picasso porque simplemente vivían a diez minutos en coche.
El mismo Le Guennec, con su torpeza al hablar y sus gestos de impotencia, explica inocentemente que él jamás pensó que ese lote de dibujos, muchos inacabados, sin marcos, valieran algo, que jamás imaginó que ese montón de pinturas desordenadas dentro de una caja de cartón pudieran ser consideradas obras maestras, que por eso lo guardó todo en el garaje y que ha sido la amenaza de la muerte después de operarse de cáncer y la necesidad de que sus hijos entendieran qué y de dónde venía eso lo que le impulsó a dirigirse a Claude Picasso. Y no entiende que pueda acabar en la cárcel.
Por lo pronto, la policía investiga con los cuadros requisados y custodiados en una comisaría de Nanterre. Después, será el fiscal de la zona el que decida. Lo hará a finales de diciembre. A él le corresponderá dilucidar si Le Guennec es lo que parece, esto es, un jubilado apacible con aspecto de buen vecino al que la suerte le sonrió hace 40 años, o si por el contrario es un gran actor dispuesto a rentabilizar el golpe de su vida. Si el fiscal cree que existen sospechas de delito, el caso continuará en manos de un juez de instrucción. Si no, los 80 millones de euros en pinturas y dibujos volverán a la casa del electricista jubilado de 1.200 euros de pensión.
¿Qué hará entonces con ellos, convenientemente autentificados, tasados ya en una fortuna si eso es lo que decide el juez?
Le Guennec se vuelve a ocultar la cabeza con las manos, tartamudea un poco, sonríe (tal vez enigmáticamente, tal vez no) y dice: "No lo sé. Esto me supera".