Querido niñato forrado de pasta que no le importa pagar 9 euros por un cubata de garrafón aguado, que con tus amigos jodiste tantos buenos y baratos sitios para salir. Siempre a la espera de que los garitos se volvieran populares para inundarlos con tu persona, tu dinero de papá y tus amigas con complejo de modelos de Cibeles emperifolladas hasta las cejas. Tantas veces me miraste por encima del hombro dentro de un bar...
Eres una buena víctima de los dueños de discotecas saca-perras. Y cada vez sois más, se ha puesto de moda. Yo, debo de admitirlo, también me dejé influir, pero tanto tú como yo sabíamos que no encajaba. En efecto, tuve que sufrir las miradas indiscretas de los tuyos. Hasta ahí todo iba más o menos bien, lo podía tolerar.
No pienses que estoy enfadado contigo por eso, ni mucho menos. Tú deberías ir a tu aire, y yo al mio. Pero cuando hablo contigo, no paras de pavonearte de esos sitios tan de moda y exclusivos a los que vas. Y yo, que me considero una persona educada, intento por todos los medios indirectos que la conversación no se convierta en un monólogo sobre la decoración del bar, los personajes famosos que van o la indumentaria millonaria de los insipiduos asistentes.
No obstante, debo reconocer que me picó la curiosidad. Mentiría si dijera que no me atraen en absoluto. Pero cuando empezaron a no dejarme entrar en algún lugar por no ir vestido según el canon, cuando me pidieron desalojar la mesa de algún bar por estar tomándome sólo una cerveza, y otras cosas similares... bueno, eso comenzó a tocarme las narices. Pero aquel día que me calentaste la cabeza con aquella maravillosa discoteca, madre de todas ellas, cometí una debilidad: quise ir contigo. Y aunque podrías habértelo ahorrado, lo tuviste que decir “No creo que te dejen entrar”. Conseguiste que se me fueran las ganas. Pero luego viniste a Berlín.
Y no sabes lo que me alegré de que se hallan vuelto las tornas. Porque aquí he visto lo nunca visto, y es ver no dejar entrar a tu grupo por ir “bien vestidos”. No daba crédito.
¡Deja de quejarte! Serás bienvenido la próxima vez, pero debes seguir las mismas reglas del juego. Deja la camisa en casa y ven a pasar un buen rato con nosotros, que hay sitio para todos. No vengas con tu polo de Ralph Lauren a mis bares y yo no iré con zapatillas al Box at the Beach. Y no te quejes de que Berghain, Bar 25, Panorama, el SO36, Cassiopea y tantos otros sean los bares más populares de Berlín. Aprende, como aprendí yo, que cada uno tiene su lugar, y todos podemos ser felices, con nuestra música, nuestros clubs y nuestras cervezas/cubatas de Johnny Walker pure malt con coca-cola. Yo no tengo la culpa de que aquí no acepten a los schickimicki.
Déjame decirte una última cosa: tu cara de frustración, a la entrada del bar más popular de Berlín, con el segurata señalándote la salida tras 3 horas de amarga cola, la tengo grabada a fuego. Seguro que eso no te lo contó la dependienta de Dolce&Gabbana cuanto pasaba la oro de mamá. ¡Ay amigo mio! ¡Al final lo del Karma va a ser verdad y todo!
Tal vez con este post hiera algunas sensibilidades, pero espero que no. Por favor, que nadie se dé por aludido.
Eres una buena víctima de los dueños de discotecas saca-perras. Y cada vez sois más, se ha puesto de moda. Yo, debo de admitirlo, también me dejé influir, pero tanto tú como yo sabíamos que no encajaba. En efecto, tuve que sufrir las miradas indiscretas de los tuyos. Hasta ahí todo iba más o menos bien, lo podía tolerar.
No pienses que estoy enfadado contigo por eso, ni mucho menos. Tú deberías ir a tu aire, y yo al mio. Pero cuando hablo contigo, no paras de pavonearte de esos sitios tan de moda y exclusivos a los que vas. Y yo, que me considero una persona educada, intento por todos los medios indirectos que la conversación no se convierta en un monólogo sobre la decoración del bar, los personajes famosos que van o la indumentaria millonaria de los insipiduos asistentes.
No obstante, debo reconocer que me picó la curiosidad. Mentiría si dijera que no me atraen en absoluto. Pero cuando empezaron a no dejarme entrar en algún lugar por no ir vestido según el canon, cuando me pidieron desalojar la mesa de algún bar por estar tomándome sólo una cerveza, y otras cosas similares... bueno, eso comenzó a tocarme las narices. Pero aquel día que me calentaste la cabeza con aquella maravillosa discoteca, madre de todas ellas, cometí una debilidad: quise ir contigo. Y aunque podrías habértelo ahorrado, lo tuviste que decir “No creo que te dejen entrar”. Conseguiste que se me fueran las ganas. Pero luego viniste a Berlín.
Y no sabes lo que me alegré de que se hallan vuelto las tornas. Porque aquí he visto lo nunca visto, y es ver no dejar entrar a tu grupo por ir “bien vestidos”. No daba crédito.
¡Deja de quejarte! Serás bienvenido la próxima vez, pero debes seguir las mismas reglas del juego. Deja la camisa en casa y ven a pasar un buen rato con nosotros, que hay sitio para todos. No vengas con tu polo de Ralph Lauren a mis bares y yo no iré con zapatillas al Box at the Beach. Y no te quejes de que Berghain, Bar 25, Panorama, el SO36, Cassiopea y tantos otros sean los bares más populares de Berlín. Aprende, como aprendí yo, que cada uno tiene su lugar, y todos podemos ser felices, con nuestra música, nuestros clubs y nuestras cervezas/cubatas de Johnny Walker pure malt con coca-cola. Yo no tengo la culpa de que aquí no acepten a los schickimicki.
Déjame decirte una última cosa: tu cara de frustración, a la entrada del bar más popular de Berlín, con el segurata señalándote la salida tras 3 horas de amarga cola, la tengo grabada a fuego. Seguro que eso no te lo contó la dependienta de Dolce&Gabbana cuanto pasaba la oro de mamá. ¡Ay amigo mio! ¡Al final lo del Karma va a ser verdad y todo!
Tal vez con este post hiera algunas sensibilidades, pero espero que no. Por favor, que nadie se dé por aludido.