Maria Dolores Baena Alcántara, directora del Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba
Córdoba, muchas veces callada, y hoy en la carrera activa por convertirse en ciudad cultural en todos los sentidos, también es callada con las personas que le han dado todo.
Ana María Vicent se nos ha ido. Se nos ha ido una gran mujer, una mujer luchadora, que consiguió para Córdoba muchas cosas que hoy nos parecen normales.
Su curriculum es más que extenso. Nacida en Alcoy (Alicante) en 1923, llega a Córdoba en 1959 para ponerse al frente de lo que sería el germen del actual Museo Arqueológico Provincial. Formada en Valencia, Madrid, Roma, Florencia, Bolonia..., miembro correspondiente del Instituto Arqueológico Alemán, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de la Academia de Santa Isabel de Hungría de Sevilla y de la Real Academia de Córdoba, recibió en 1969 la Medalla al Mérito Turístico y la Medalla de Oro al Mérito de la ciudad de Córdoba y en 1972, la Medalla de Plata al Mérito en las Bellas Artes. Excavó e investigó numerosos yacimientos de la provincia y en más de cien solares urbanos, siendo nombrada en 1980 Inspectora Provincial de Yacimientos Arqueológicos. En 1971 fue nombrada Secretaria del Comité Español del ICOM, el Consejo Internacional de Museos.
Hoy, que el Museo Arqueológico se encuentra en una encrucijada de cambio espectacular, no podemos olvidar que Ana María convirtió al Museo en lo que es hoy en día, recogiendo el testigo de otro gran director, Samuel de los Santos. Aquí empieza a organizar las miles de piezas dispersas, a montar el museo, diseñando el sistema de exposición, las vitrinas y los soportes. Junto a Alejandro Marcos, su compañero de vida, funda la revista Corduba Archaeologica , realiza numerosas excavaciones en Córdoba, salvando de la piqueta piezas muy importantes que hoy forman parte de nuestro legado, "enfrentada a muros de intereses e incultura" como ella misma decía, consiguió recursos para consolidar portadas, casas típicas cordobesas, rehabilitar iglesias y palacios, etc., y gestionó la compra de la totalidad del los terrenos de Madinat al-Zahra.
Su vida fue la lucha por la defensa y acrecentamiento del patrimonio de todos. En una época donde realizar cualquier actividad profesional era dura para una mujer, se enfrentó a los poderes reales de la época, siempre en defensa de ese patrimonio común. Como muestra, el salvar de la especulación el solar del Convento de Santa María de Gracia, convertido hoy en Plaza de Juan Bernier para disfrute de todos. Ana María se jubiló en 1987, y en 1989 se traslada a Madrid, continuando su labor investigadora y de apoyo a los museos, siendo vicepresidenta de la Asociación de Protectores y Amigos del Museo Arqueológico Nacional, y desde 1999 vocal adjunta de la junta directiva.
Pero siempre volvía al Museo, y volvía como lo que era y había sido siempre: su casa. Desde la antigua biblioteca oíamos las fuertes pisadas de sus tacones, con esa energía envidiable que ponía en todo lo que hacia, y sabíamos que volvía doña Ana María para lo que necesitáramos, para lo que necesitara el Museo. Con sus luces y sombras como cualquier ser humano, para nosotros siempre fue generosa para ayudarnos con su conocimiento y experiencia en la labor que entonces comenzábamos en el museo.
Hoy nos falta algo en estos patios, en estas salas, y no son piezas, es un patrimonio intangible que esta ciudad tiene que reconocer: el conocimiento y la valiente labor de una mujer en tiempos difíciles para el patrimonio histórico.