La puerta del Paraiso

Escena de Noe, Puerta del Paraiso. Baptisterio de la catedral de Florencia.

Lo que sigue es un fragmento del excelente artículo, que publicó, ayer domingo, Jose María Herrera en el Imparcial Digital, con el título: Diario de la amargura.



"Cuando un turista va a Florencia y se detiene delante de la Puerta del Paraíso, en el Baptisterio, quizás para acabar el helado o para hacer la cola de la cúpula del Duomo, es difícil que resista la tentación de echar un vistazo a las escenas allí representadas. Si pertenece a la generación anterior a la ruina de las humanidades, el viajero identificará fácilmente, entre otras historias bíblicas, la de Noé, aunque sin duda se sorprenderá al constatar que el arca tiene la forma de una pirámide. Hay que haber cursado algo más que el antiguo bachillerato para saber que esta pirámide es un guiño a los partidarios de Orígenes, autor del siglo IV censurado por la Iglesia, y concretamente al descubridor de sus homilías, Ambrosio Traversari, amigo del escultor. Nadie necesita conocer todo esto para apreciar la calidad de la obra, desde luego, pero no es lo mismo mirar la Puerta de Ghiberti y no ver nada, que rememorar por su intercesión un episodio del Génesis o las querellas acerca del significado místico de las matemáticas que se remontan a la época en que Hugo de San Victor escribió De arca Noe morali. Una puerta, digámoslo así, es a veces más que una puerta.
Los seres humanos tenemos dos vidas, una contante y sonante, de carne y hueso, cotidiana y externa, y otra interna y maravillosa, hecha de imaginación, lo que no quiere decir en absoluto irreal o absurda. La improbable convergencia de ambas vidas explica que a los hombres nunca nos baste el mundo. Por eso soñamos. Con la ínsula Barataria o el harén del sultán de Rajputana, da igual. Los sueños repetidos acaban adquiriendo tanto o más peso en nuestras existencias que las realidades evanescentes del día a día. Cómo nos vaya en general depende de que sepamos conciliar los dos órdenes. El placer de viajar guarda relación con ello. El viaje nos aleja del escenario donde representamos nuestro papel cotidiano y nos transporta a un mundo en el que es posible liberar nuestro yo oculto, ese yo que sueña e imagina. Claro que para eso hace falta un yo oculto. Sin cultura, sustancia de la vida interior, no hay viaje que valga y hasta las visiones de los narcóticos son simple rutina. Se ve lo que se sabe y cuando no se sabe no se ve; no se ve la pirámide, ni el arca, ni a Noé, ni nada de nada, sólo una puerta de bronce, y puede que ni siquiera eso porque quizá estábamos muy atareados fotografiándola y no reparamos en ella".