Don Benito Pérez Galdós.

Nuestras virtudes morales favorecen principalmente a otros, las intelectuales por el contrario ante todo a nosotros. Por eso aquéllas nos hacen queridos de todos, y éstas odiados” Arthur Schopenhauer.


Como siempre Jorge aprovechó el fin de semana para leernos una semblanza de "sus predilectos" y hacer una reseña de sus lecturas preferidas.

Marianela 1878. Miau 1888. Misericordia 1897.Estas tres novelas escritas con un intervalo de diez años son buena muestra de la evolución intelectual y estilística de uno de los grandes escritores españoles contemporáneos. Cien años después la ingente obra de Galdós se ha convertido en la memoria colectiva en un verdadero compendio de la historia y de la sociedad española del siglo XIX. En las cuatro series de “Los Episodios Nacionales”, las más de treinta y cinco novelas y otras tantas obras de teatro, cobra vida una muchedumbre humana, sólo comparable por su intensidad con las genialidades de la pintura de Goya.
Como Lópe, Galdós es un gran improvisador, su curiosidad todo lo abarca, su atrevimiento temático es mayor que su profundidad teórica, apenas investiga, le basta con saberse entendido por la gente del pueblo. La rapidez con que traza sus novelas le impide pulir, la pobreza en la forma y la simplicidad argumental, a veces algo ramplona, llevó a los entonces jóvenes escritores del 98 a acusarle de falta de consistencia intelectual. Pero a D. Benito jamás le interesó la profundidad teórica de sus tesis, sino más bien aplicar sus extraordinarias dotes para la observación y descripción de tipos humanos y su asombrosa capacidad de síntesis, a procurar un clima emocional y espiritual que le permita vincularse con el lector.

En “ Marianela “ (1878) expresa sus ideas regeneracionistas encarnándolas un poco “a la buena de Dios” en la figura ideal de un científico, el oftalmólogo Teodoro Golfín, al que se contrapone el oscurantismo y la miseria moral y el desvalimiento de los demás personajes. La novela se construye a la manera de las de Dickens, con las que guarda relación, y contiene un regusto romántico de fuerte carga emocional.


En “Miau” (1888)- a mi juicio una de las mejores novelas del siglo XIX- Galdós que ha alcanzado la absoluta maestría en la descripción de tipos humanos, construye una obra coral, en torno a la despiadada familia y los compañeros de oficina de un funcionario cesante,(figura trágica de grandeza clásica ) cuyas tribulaciones le llevan al suicidio. La obra , sin concesiones al sentimentalismo, es una contundente crítica política de “La Restauración” y de la esterilidad de la clase media española.

En la década de los 90, inicia las llamadas “novelas espirituales” de justa fama, entre las que se encuentran “Nazarín” (1895), “Misericordia” y “El abuelo” (1898). Con los años sus ideas liberales y regeneracionistas se han contagiado de un cierto escepticismo ante la tozudez de la sombría realidad social y política española. El viejo escritor anticlerical, se refugia ahora en un cristianismo amable, sin luchas teóricas, apenas adivinado, en el que sólo cuenta la pura caridad y la acción para mejorar la sociedad.

En “Misericordia” es patente su interés por narrar las deplorables condiciones de vida de la inmensa mayoría silenciosa , la triste existencia de las clases humildes y desfavorecidas, por denunciar la falsedad de la estabilidad política y de la paz social. Sin embargo, la descripción de los barrios bajos del sur de Madrid, la de los tipos populares y mendigos va más allá de la mera exposición de los problemas de la época y de la miseria de la vida cotidiana. Como si el alma del autor, presente incluso con su propia voz en la novela, infundiera a los personajes ese rasgo de buen humor necesario para continuar viviendo. Como si a pesar del dolor y de la injusticia, siempre brillara una estrellita por encima de la humanidad y le sirviese de guía, reconfortándola, y arrancándola de cuando en cuando del sufrimiento y las miserias.

La parquedad argumental, la falta de elaboración formal, la inconsistencia teórica de las tesis, - su confesada repugnancia por la oratoria y la teoría- se ven sobradamente compensadas por la honda emoción que todo lo transfigura y contagia de la belleza purificadora de la creación artística. Un arte superior capaz de llevar la caridad cristiana a los más sombríos recovecos del corazón humano en este valle de lágrimas.