Doménico Tiépolo. Fresco de la Villa de Ziánigo
Allí sentada tenía un frío insoportable, el aire húmedo de la laguna empezaba a traspasar mi capa impermeable y me calaba los huesos. Como no sabía muy bien la hora que era, abrí un momento el móvil para iluminar en la oscuridad y mirarla. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Alguien silencioso como una sombra se había deslizado junto a mi y me había cogido de la mano.
Una luna azulada se encaramaba sobre la cúpula de La Salute, salimos a la calle; el viento era frío, casi enseguida, como si fuéramos un iceberg que hubiera entrado en la corriente caliente del Gulf Stream, que lo dispersa en fragmentos; nuestro grupo se desmembró, se desintegró en plena calle y fue arrastrado en diferentes direcciones. Yo fui a parar a la placeta de la Accademia, donde la fuerza de la marea humana me hizo subir en volandas las grandes escaleras del puente.Fuimos arrastradas como un corcho por la riada; Francesca y Paola se difuminaron, entre la muchedumbre enmascarada. La corriente principal confluía por las Rugas, (las calles anchas y más conocidas que tienen tiendas a los dos lados) que canalizaban la gran multitud hacia El Rialto. En una revuelta de la calle, por fin logré apartarme del centro de la corriente; fui a parar a una callejuela estrecha, apenas iluminada.
¡No sabía donde estaba!.Incluso de día, son pocos los forasteros que logran guiarse, en la profusa tela de araña de las calles y canales de Venecia. La ciudad forma un espeso laberinto, en el que no existe la línea recta y muchas de sus de calles acaban en un canal de la laguna. Y si es difícil orientarse con la luz del sol, mucho más, es acertar a hacerlo en medio la multitud, una noche de carnaval. Tenía la misma sensación de aquella tarde en Los Pirineos, cuando nos extraviamos en un oscuro e infranqueable bosque de hayas entre las empinadas laderas de Peña Ezcaurre. Sólo que ahora, estaba completamente sola y el laberinto no era un bosque apartado, sino una multitud enfebrecida.
Por la callejuela, comenzaron a pasar a oleadas, grupos de enmascarados, que hablaban a gritos, esgrimiendo alguna botella en la mano. Algunos se percataron de mi presencia y comenzaron a increparme con gestos obscenos. A tientas en la oscuridad, por paredes llenas de humedad, logré escabullirme en el lóbrego interior de un sotoportego,(un pasaje cubierto) que se abría al final en un pequeño espacio exterior común a varias casas, muy oscuro y sin salida. Sin otra iluminación que la luz de la luna, me senté en el tranco de la puerta de una casa.Paradójicamente la oscuridad que siempre me había dado miedo, era esta vez, mi aliada. No sabía donde estaba, pero temía moverme a la zona iluminada más concurrida, para tratar de dar con el nombre de la calle. No podía hacer otra cosa que esperar y aguantar el frío, hasta que Miguel y sus amigos terminaran el desfile.Entonces los llamaría para que vinieran a por mí.
¡ Qué situación tan absurda! pensé. Me preguntaba por qué, sin apenas conocer a Miguel, me decidí venir al carnaval sin ninguna precaución, ni cautela. ¿Hasta qué punto había sido sensato afrontar el reto de atravesar Venecia en pleno carnaval con la sola compañía de dos desconocidas ?. Venir a Venecia, acceder a los deseos inmaduros de mi joven amigo, adularlo, acudiendo a verlo mostrar sus habilidades en la Comparsa... Sentirme obligada a demostrarle , que no me da miedo la multitud, cuando no la soporto. Que no me atemoriza la oscuridad, ni reparo en el peligro, en las aviesas intenciones -que quien sabe- ocultan algunos enmascarados. ¡Aquí estoy sola, sentada en la oscuridad en un lugar que no conozco, temblando de frío y de miedo!. ¡Ay, como se me pudo pasar por la imaginación que si esta noche lograba atravesar el laberinto de Venecia en Carnaval, también podría despejar todas mis fundadas dudas, en ese otro laberinto personal no menos temible! El laberinto de mantener una relación satisfactoria con una persona tan distinta a mí, como es Miguel. ¡Cuanta vanidad hay en mi!. ¡Cuántos errores puede una llegar a cometer por culpa de ella!.
Por la callejuela, comenzaron a pasar a oleadas, grupos de enmascarados, que hablaban a gritos, esgrimiendo alguna botella en la mano. Algunos se percataron de mi presencia y comenzaron a increparme con gestos obscenos. A tientas en la oscuridad, por paredes llenas de humedad, logré escabullirme en el lóbrego interior de un sotoportego,(un pasaje cubierto) que se abría al final en un pequeño espacio exterior común a varias casas, muy oscuro y sin salida. Sin otra iluminación que la luz de la luna, me senté en el tranco de la puerta de una casa.Paradójicamente la oscuridad que siempre me había dado miedo, era esta vez, mi aliada. No sabía donde estaba, pero temía moverme a la zona iluminada más concurrida, para tratar de dar con el nombre de la calle. No podía hacer otra cosa que esperar y aguantar el frío, hasta que Miguel y sus amigos terminaran el desfile.Entonces los llamaría para que vinieran a por mí.
¡ Qué situación tan absurda! pensé. Me preguntaba por qué, sin apenas conocer a Miguel, me decidí venir al carnaval sin ninguna precaución, ni cautela. ¿Hasta qué punto había sido sensato afrontar el reto de atravesar Venecia en pleno carnaval con la sola compañía de dos desconocidas ?. Venir a Venecia, acceder a los deseos inmaduros de mi joven amigo, adularlo, acudiendo a verlo mostrar sus habilidades en la Comparsa... Sentirme obligada a demostrarle , que no me da miedo la multitud, cuando no la soporto. Que no me atemoriza la oscuridad, ni reparo en el peligro, en las aviesas intenciones -que quien sabe- ocultan algunos enmascarados. ¡Aquí estoy sola, sentada en la oscuridad en un lugar que no conozco, temblando de frío y de miedo!. ¡Ay, como se me pudo pasar por la imaginación que si esta noche lograba atravesar el laberinto de Venecia en Carnaval, también podría despejar todas mis fundadas dudas, en ese otro laberinto personal no menos temible! El laberinto de mantener una relación satisfactoria con una persona tan distinta a mí, como es Miguel. ¡Cuanta vanidad hay en mi!. ¡Cuántos errores puede una llegar a cometer por culpa de ella!.
Allí sentada tenía un frío insoportable, el aire húmedo de la laguna empezaba a traspasar mi capa impermeable y me calaba los huesos. Como no sabía muy bien la hora que era, abrí un momento el móvil para iluminar en la oscuridad y mirarla. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Alguien silencioso como una sombra se había deslizado junto a mi y me había cogido de la mano.
¿Habéis experimentado alguna vez, esa sensación de que te cojan la mano en la mas absoluta oscuridad?. ¡Tal vez en el silencioso rellano de la escalera de vuestra finca, cuando la alargabais para encender la luz en el interruptor!.