Gracias a la maravilla de Internet y los avances de la tecnología, nunca antes había sido tan fácil tener acceso a todo tipo de información y entretenimiento y comunicarnos con cualquier lugar del mundo, a cualquier hora del día.
Con sólo hacer clic desde nuestra laptop o tablet, podemos leer los periódicos internacionales más importantes y consultar las cotizaciones de las acciones en las principales bolsas de valores a escala global en tiempo real.
También podemos convertir el salón de la casa en un estudio de grabación o una sala de cine, y hablar en conferencia con el sobrino que está estudiando en Montreal y los primos que viven en Roma. El problema es que el afán por comprar cuanta innovación sale al mercado, el empeño en estar siempre al día en materia de tecnología y la ansiedad por estar pegados a una pantalla por horas puede generar lo que se conoce como tecnoestrés.
Una compulsión irrefrenable
Es casi una tragedia salir de la casa y olvidar llevar el iPhone o el BlackBerry. No importa dónde estemos y qué estemos haciendo, constantemente revisamos el teléfono para ver cuándo uno de nuestros contactos actualiza su perfil.
Cuando nos envían un mensaje de texto, queremos responder inmediatamente. Interrumpimos el momento de comer para tuitear una que otra opinión, comentar las fotos que cuelgan los amigos que tenemos en Facebook.
Y, desde luego, enterarnos de la vida de panas y familiares por lo que publican en las redes sociales.
¡Ni qué decir de la hora de dormir! Tenemos que dejar el teléfono encendido por si nuestra pareja se despierta a medianoche y nos manda un pin o para revisar el correo electrónico por enésima vez.
El verdadero problema
Si bien es cierto los dispositivos tecnológicos nos han facilitado la vida, también lo es que nos hemos convertido en adictos, al extremo de casi no poder vivir sin ellos.
Expertos advierten que el estrés que genera el uso ilimitado de tanta tecnológica puede afectar el sistema inmunológico y causar síntomas como alteración del sueño, fatiga, migraña, taquicardia, dolor de cabeza y cuello. Las personas también pueden experimentar problemas de concentración, irritabilidad, sentimiento de culpa e, incluso, depresión.
Aprender a desconectarnos
Aunque por razones de trabajo tenemos que pasar ocho horas diarias frente a la computadora, podemos darle un uso más racional a la tecnología en lo que resta del día en nuestro hogar. Somos nosotros quienes debemos poner el límite.
En vez de ponernos a navegar sin rumbo en Internet, fijemos un tiempo determinado para estar conectados y revisar el correo electrónico. Así no nos "desconectamos" de nuestro entorno y no descuidamos nuestras obligaciones y relaciones familiares.
A la hora de cenar, apaguemos el teléfono y dediquemos el momento a fomentar la comunicación verbal entre padres e hijos.
Tratemos de no llevarnos el celular para la cama o más bien apaguémoslo antes de acostarnos. Así, no estaremos tentados a estar enviando mensajes en la noche.