Y entonces, el joven se atusó el pelo, se ajustó el cinturón, respiró hondo, hinchando bien el pecho y asegurándose de que sólo distaban unos metros y que no debía tropezar. Se acercó con suavidad hasta la joven que cubría sus hombros con una rebequita fresquita tejida durante el invierno con un hilo que había comprado en casa de Doña Teodora justo al lado.Detrás de aquel moño finamente cardado