F. Vázquez
Un grupo multidisciplinar del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en el que se integran investigadores y arqueólogos, se encuentra actualmente en Castuera realizando las primeras catas y prospecciones arqueológicas que se llevan a cabo en los terrenos que ocupó el Campo de Concentración con el objetivo de tratar de conocer cómo era la vida diaria de los prisioneros de campo a través de la definición real de las diferentes infraestructuras con que contaba el campo y de los objetos que aparezcan durante estas excavaciones.
La intervención en el Campo de Concentración de Prisioneros, declarado por la Junta de Extremadura como Bien de Interés Cultural (BIC) con categoría de Sitio Histórico, está dirigida por el investigador y arqueólogo de CSIC, Alfredo González Ruibal, y se enmarca dentro un proyecto multinacional sobre arqueología del siglo XX denominado 'Memorias de las Ruinas' (Ruin Memories), que impulsa la universidad noruega de Trømso y financian el Ministerio de Cultura de Noruega y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España.
Según explica el arqueólogo Alfredo González, las intervenciones que conforman este proyecto sobre arqueología del pasado contemporáneo, son diversas y van desde paisajes mineros abandonados en Montana (Estados Unidos), hasta las ruinas de una ciudad soviética en el Ártico, pasando por poblados desiertos en Islandia y los vestigios de la Guerra Civil Española.
En el marco de estos proyectos el equipo de investigadores y arqueólogos del CSIC está estudiando los vestigios de la Guerra Civil y la posguerra en España al objeto de conocer mejor este período y diseñar estrategias de gestión y difusión de este tipo de patrimonio cultural. En cuanto al campo de concentración de Castuera, las zonas en estudio son el área donde se ubicaban los barracones, las letrinas, el basurero y dos zanjas, una de ellas perimetral y situadas en una ampliación del campo.
Sobre la metodología que se sigue en esta intervención, el arqueólogo indicó que «una parte de nuestra actuación consiste en registrar tridimensionalmente y en fichas todos y cada uno de los objetos que aparecen en superficie y en los sondeos. Esto nos va a permitir comprender mejor el uso real y práctico del campo, más allá de lo que mandaban las ordenanzas y de lo que parecen indicar las estructuras». En este sentido, explica que «la zanja perimetral del campo y la zanja de la letrina paralela excavadas, tienen 40 cm. de profundidad, no 180, como indican las ordenanzas. Y no tienen 150 cm. de ancho, sino entre 195 y 215 centímetros, con lo que la superficie de exposición de los desechos era bastante más amplia de lo recomendable. La escasa pendiente de la zanjas, además, no ayudaría en absoluto a evacuar la suciedad, mientras que su limitada profundidad colaboró sin duda a incrementar la insalubridad del campo ya que el estercolero en que pronto se convirtió la letrina no se encuentra a 250 metros, sino a 25 de los barracones más cercanos».
Los resultados por ahora, explica González Ruibal, «están siendo interesantes ya que además de la basura habitual compuesta por latas, fragmentos de vidrio y de cerámica y de algún casquillo de bala, hemos encontrado dos tinteros completos y partes de al menos otros dos, media pieza de dominó artesanal realizada sobre un hueso finamente pulido y también un número importante de elementos de medicina, entre los que se cuentan una docena de ampollas, restos de tres frascos de medicamento y un tubo de pomada. Todo ello indica que en el campo existió una enfermería, aunque sobre su existencia no hay documentación ni tenemos idea de dónde estaría».
A la espera de que se dé por finalizada esta intervención, que se prolongará al menos una semana más, el arqueólogo señala que «la basura de un campo de concentración es tremendamente monótona, latas, abrelatas, fragmentos de botella, clavos, escudillas de aluminio, platos metálicos, fragmentos de cucharas y elementos de construcción de los barracones. En cualquiera de nuestros cubos de basura hay más variedad de desechos un día cualquiera, que la que se documenta en el vertedero del campo de Castuera en todo el año de su existencia». El Campo de Concentración de Prisioneros funcionó entre abril de 1939 y febrero de 1940, creado por militares franquistas.