Este relato es originario de Mesopotamia, en la época que los egipcios comenzaron a conocerla en esta época gracias a las expediciones de Tutmosis III.
Mesopotamia llegó a ser un país de leyenda, como lo fue la India para los hombres del siglo XVI.
Había una vez en Egipto un rey que no tenía hijos y rogó entristecido a los dioses que le concedieran alguno. Al cabo de algún tiempo, éstos atendieron su ruego; luego enviaron tres hadas que contemplando al niño en la cuna decidieron su destino:
"Morirá víctima de un cocodrilo, de una serpiente o de un perro".
Cuando el rey oyó la predicción, sintió temor por su hijo y decidió llevarlo a un lugar donde no pudiera sucederle nada de lo predicho. Hizo construir para ello una fortaleza en pleno desierto y encargó a algunos servidores de confianza que cuidaran que el príncipe no abandonara el castillo; así fue creciendo con toda normalidad y seguridad en el desierto.
Pero un día, el joven divisó a un hombre seguido de un galgo y preguntó a uno de los servidores:
-"¿Qué animal es ese que corre por el camino detrás del hombre?"
-"Es un galgo", respondió el servidor.
El muchacho dijo entonces: -"Haz de manera que yo pueda tener uno".
El servidor acudió al rey y le expuso el deseo del príncipe.
El monarca le respondió: "Busca un perrillo y llévaselo a mi hijo, para que su corazón no entristezca de pena". Y el príncipe recibió un cachorrillo, que fue creciendo a su vera.
Pero cuando el muchacho alcanzó su mayoría de edad, se cansó de vivir encerrado en su maravillosa mansión y mandó un mensajero con esta misiva dirigida a su padre:
-"¿Por qué me encierras aquí? Mi destino está ya señalado por las hadas.
¡Déjame, al menos, gozar un poco de la vida!
¡Los dioses obran como bien les place!"
El rey accedió al deseo de su hijo, le dio un caballo, un carro y toda clase de armas y le dijo:
- "¡Ve adonde quieras!"
- El príncipe se dirigió primeramente hacia la frontera oriental del imperio y de allí, a través del desierto, hacia el norte, seguido siempre de su fiel can.
Por fin, llegó a Mesopotamia.
El soberano que reinaba en el país tenía una hija única de radiante belleza, para la que había mandado construir un palacio sobre una roca escarpada, a una altura de cincuenta metros.
Después había convocado a todos los príncipes de Siria y les había hablado así:
-"Quien sea capaz de llegar hasta la ventana de mi hija, la recibirá en matrimonio".
Todos los príncipes habían levantado sus tiendas de campaña en los alrededores del castillo de la bella princesa, intentando escalar hasta la ventana. Pero ninguno pudo llegar hasta allí: la roca era demasiado alta y escarpada.
Un día, mientras intentaban probar fortuna como de ordinario, llegó allí nuestro príncipe de Egipto, caballero en su corcel y seguido de su fiel perro.
Los príncipes saludaron al apuesto doncel y le preguntaron de dónde venía. Como no quería ser descubierto, respondió:
-"Soy el hijo de un oficial egipcio. Mi madre ha muerto y mi padre se ha vuelto a casar. Mi madrastra me odia y me ha obligado a abandonar la casa".
Los príncipes le invitaron a quedarse con ellos y le contaron por qué intentaban escalar la roca.
Al oír estas palabras, el extranjero quiso probar fortuna y, ¡oh, maravilla!, llegó hasta la ventana de la princesa, que al verle quedó tan enamorada del apuesto joven, que le abrazó y le colmó de besos.
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