DE CÓMO DIOS REPARTIÓ LOS AÑOS AL HOMBRE Y A LOS ANIMALES

Cuando se formó el mundo, Dios repartió los años de vida al hombre y a los animales.

Empezó por el hombre y le dio veinte años. Y el hombre se quejó porque eran pocos.

Al burro le dio cuarenta, y el burro le dijo:

-¡No, cuarenta años de burro, no! Me conformo con veinte y los otros se los devuelvo.

Entonces el hombre, con codicia, le pidió a Dios que se los diera a él. Y el hombre se agarró veinte años más.

Después, Dios, al ver que le rechazaban los años, empezó a disminuir. Al perro le dio treinta.

El perro dijo:

-¡No, treinta años de vida de perro, no! Yo agarro veinte y usted haga con los diez restantes lo que quiera.

Entonces el hombre volvió a pedirselós, y Dios accedió.

Al mono le daba también treinta años, pero el mono le dijo:

-¡No, treinta años de hacer monadas, trepandomé a los árboles, no, Señor Dios! A mí me deja veinte y los otros deselós a quienquiera
.
El hombre dijo:

-¡Diez más! ¡Demelós a mí!

Dios se los dio, pero el hombre pagó caro su pedido, porque los veinte años que Dios le daba al hombre eran los años placenteros, sin ninguna preocupación.

En cambio, los veinte que le sacó al burro son aquellos en que se casa y tiene que trabajar, y los diez años que le siguen son los del perro guardián.

Debe vigilar la casa, sus hijos; y por último, una vez casados los hijos, llegan los nietos y empieza a hacer gracias y monerías a los nietos; son los años del mono.


María Elena C de C, Buenos Aires, 1977.

El cuento es poco común en el folklore argentino.
Es una recreación de un cuento de los Hermanos Grimm.