A lo lejos, sobre una enorme peña, cortada a pico por tres de sus lados, y situada sobre un profundo desfiladero se divisaba la abadía. La imponente mole defensiva era del mismo color que la roca y en la lejanía, sus muros apenas se distinguían de las paredes de la peña que le servía de albergue.
- Desde aquí parece invisible, dije.
- Esa peculiaridad, dijo fray Alberto, es lo que más ha contribuido al aislamiento de este antiguo cenobio benedictino del Siglo IX. En épocas de conmociones y peligros la población de esta comarca siempre encontró refugio seguro, entre sus inexpugnables muros.
En presencia de la abadía fray Alberto parecía haber recuperado la locuacidad, continuó:
- El monasterio se ha mantenido siempre al margen de las vicisitudes sufridas por la orden de San Benito y por la propia Iglesia. Nunca se ha negado la acogida a nadie, ni a los enviados del Papa, ni a los del Emperador. Tampoco a quien buscaba aislamiento o protección siempre que estuviera dispuesto a contribuir al trabajo productivo. Jamás importó la regla o la obediencia que profesara. Durante cuatrocientos años el monasterio funcionó como una unidad autónoma, de economía cerrada. Los monjes vivieron, rezaron y trabajaron en sus cobertizos y huertos ajenos a cualquier contacto con la vida exterior. Sin embargo, los viajeros que se aventuraban por esta montañosa región podían guarecerse de las copiosas nevadas y de los ladrones de camino y los enfermos eran atendidos con caridad. La abadía alcanzó fama de albergar algunos de los hombres con conocimientos sanitarios más avanzados de la época y su biblioteca, fruto de la labor de copia y traducción de generaciones de monjes, fue reputada como la mejor en obras de medicina y de botánica, de cuantas existían en Europa.
Aquí se interrumpió fray Alberto y se quedó un tanto ensimismado, como meditando el alcance de su discurso.
Le pregunté por qué se refería al monasterio en pasado.
- Hace años que abandoné el lugar, y las cosas en la abadía han cambiado bastante desde entonces. Ahora, según tengo entendido –dijo sonriendo- parece que es gobernada por el mismo diablo. En la abadía han ocurrido hechos terroríficos y extraños, que las gentes de la comarca atribuyen a obra del maligno. ¿ Tú crees en estas cosas?.
- No, padre. Pero me gustaría saber, por qué se propalan estos rumores
- Siempre hubo una leyenda sobre la longevidad de los monjes de esta abadía; pero el rumor sobre la presencia del diablo, se extendió hace pocos años, cuando la peste se detuvo ante sus muros. Durante aquella época terrible, fueron muchos quienes acudieron al monasterio en busca de auxilio para sus males. Se produjeron algunas curaciones y se difundió la falsa noticia de que se había encontrado el remedio contra la enfermedad.
El año de tu nacimiento la plaga hacía estragos por todas partes. En Aviñón el contagio fue tan masivo, que las gentes huyeron de la corte papal. Perecieron dos tercios de la curia y la obsesión del Papa Clemente VI, llegó hasta el punto, de encerrarse durante meses en su cámara y hacerse rodear de grandes hogueras que ardían día y noche.
Llegó a Aviñón la noticia de que en un monasterio perdido de Los Alpes, se habían producido algunas curaciones; y el Papa dispuso de inmediato que partiera una legación en la que iban sus galenos y botánicos para averiguar que había de cierto. Igual proceder observó el Emperador. Y así a principios del verano siguiente, fray Guillermo de Guggisberg, el abad, se encontró en la tesitura de tener que albergar y atender simultáneamente a dos legaciones, que eran enemigas irreconciliables.