Echo y Narcissus. W. Waterhause
" ¡Oh fuerza de la adulación, a cuanto te extiendes y cuan dilatados límites, son los de tu jurisdicción agradable!" Miguel de Cervantes
La vanidad no es "un defecto", sino un aspecto constitutivo de la naturaleza humana. No es un simple vicio al que podamos contraponer, en régimen de igualdad, una virtud. La fuerza de la vanidad humana es tal , que si no derrumba todas las virtudes, ante los ojos de los demás, siempre las quebranta . Porque, ¡ Ay! lo que hace insoportable nuestra vanidad a los demás es sobre todo, que hiere la suya. Desde que nacemos, todos traemos una demasía de amor propio. Decía Oscar Wilde que si uno, no se tomase , un interés tan exagerado en si mismo, la vida sería tan tediosa que nadie aguantaría en ella.
Nos suele dar vergüenza afirmar en público, generalizando que carecemos de defectos, y que nuestros enemigos carecen de virtudes; pero particularizando, acaso no estemos muy lejos de creerlo. Y es que solo por vanidad confesamos nuestros defectos, dando a entender que carecen de importancia, para así, poder jactarnos de nuestras virtudes, comparándolas con aquellos. ¿ No será la modestia con la que parece que rechazamos los elogios, en el fondo, un deseo de que nos elogien de un modo más sutil?.
Nuestro amor propio es tan intenso que sólo la confianza que tenemos en nosotros mismos, es capaz de engendrar la que logramos poner en los demás. Paradójicamente, es esta aprobación que se da al ingenio, a la belleza y al valor de los demás, la que los acrecienta, los perfecciona y los hace conseguir resultados mayores de los que hubieran sido capaces de obtener por si mismos.