Si, como escribía Nietzsche, la realidad es puro y eterno devenir; un proceso de eterno retorno que no tiene principio, ni fin , ni orden, ni designio previo, y en el que no es admisible la idea de progreso histórico. Si el universo permanece imperturbable, a pesar de nuestros desvelos. A nosotros, solo nos cabría “aliñar espiritualmente” la porción universal a nuestro alcance, el reino de los símbolos y anhelos en que vivimos y merced al cual nos comunicamos. Deberíamos ampliar de cualquier forma nuestra esfera mental y tratar de remontar nuestro presente inmediato, regido por el estrecho pragmatismo que pone en peligro "todo lo demás”.
Si trabamos conocimiento con la historia, podemos penetrar el conocimiento de épocas pretéritas, con la lenta y parcial liberación humana desde la barbarie, comprenderemos la brevedad e insignificancia de la vida humana individual y la de las naciones, comparadas con las épocas astronómicas. Creeremos que en la batalla pasajera en la que estamos empeñados, no merece la pena arriesgar un paso atrás hacia la oscuridad de donde hemos salido “tan lentamente”.Y si la tozuda realidad se encarga de hacernos patente que no conseguimos nuestros objetivos siempre nos consolará la sensación de su caducidad, de su eterno hacerse y deshacerse. La perspectiva civilizada implica que más allá de nuestras actividades inmediatas, tendremos proyectos remotos en los que no nos consideraremos individuos aislados, sino miembros de una gran comunidad afectiva. La que entre continuos avances y retrocesos, pretende conducir a la humanidad de la barbarie a la civilización. Mantener esta convicción y guiar por ella nuestros actos, me parece una forma sensata de gozar siempre de una tranquila alegría, cualquiera que sea nuestra suerte personal.