Resulta difícil creer en la libertad humana como un absoluto: actuamos bajo presiones externas y por necesidades internas. La frase de Schopenhauer: “ Una persona puede hacer lo que quiere, pero no puede no-querer lo que quiere” me bastó desde muy joven.
Vivir es elegir necesariamente entre opciones. Esta “necesidad” de elegir constituye el núcleo del problema de la libertad. Las opciones no son infinitas, sino solo las que se atemperan a nuestra circunstancia. Elegir una implica rechazar las demás posibilidades, avanzar un largo trecho en una dirección sin retorno, hasta alcanzar una nueva encrucijada, donde de nuevo, necesariamente, tendremos que sortear otra elección.
El problema queda así planteado: A lo largo de esta peregrinación por el mundo que llamamos vida, el hombre se ve abocado a elegir entre opciones diversas. Cada elección supone el sacrificio de otras opciones. Las opciones son cada vez, más escasas, el sacrificio cada vez mayor. La última “opción” irremediable es la muerte.
El arte de saber vivir dignamente es el de saber sacrificar lo menor para poder preservar lo importante. El problema de la libertad entronca así con el de la conducta moral.