Siguiendo a los niños y sin ninguna cautela, penetramos sin pensarlo, en la red de senderos ajardinados, todos iguales. La presencia de otras familias cuyas voces oíamos entre los altos setos, nos infundía confianza y ni siqueira nos detuvimos, a leer el cartel explicativo de la entrada. Indicaba que para evitar la sensación de angustia, y el cansancio mental que va generando, " el llegar una y otra vez a un sitio idéntico, que sin embargo no podemos asegurar que sea el mismo", se habían dispuesto un total de siete grandes esculturas de metal, con las letras de la palabra "respiro". Seguir en este orden las letras de la palabra y luego en el contrario, era la única clave que permitía entrar y salir del laberinto.
Pasamos un rato, inolvidable en compañía de nuestros amigos Alicia y José María. Y finalmente logramos salir, como todos, gracias a la ayuda del vigilante que a ratos subía para este menester, a la torre del centro del laberinto.Un lugar, desde donde siempre tiene a la vista a los desorientados "aprendices de Teseo".
Curiosamente esa sensación de extravío, esa jocosa impotencia que da el cansancio, esa confirmación de la pueril dependencia que continuamos teniendo de los demás, me hizo reparar en la importancia del mito de Asterión en su Palacio de Cnosos. Sin duda uno de los de mayor influencia en nuestra Civilización.