¡Creíamos, lo que queríamos creer!.

Nos pasa a todos, prestamos atención a las informaciones compatibles con nuestras tesis y nuestros supuestos intereses. Pensamos que nosotros, nuestras parejas o nuestros amigos somos excepcionalmente listos, guapos o divertidos. Alguien, - aunque sea uno mismo - tiene que creer en esa autobiografía que diariamente elaboramos, como si con patrañas más o menos inocentes, fuéramos acomodando nuestras ideas de cómo deberían o nos gustaría, que fueran las cosas, a una realidad diversa, compleja y muy alejada de nuestros anhelos y aspiraciones. Precisamente porque, no nos gusta lo que vemos y porque no somos máquinas, nos vemos obligados a contarnos cuentos, historias personales en las que echan el ancla, la religión, el arte y el amor.

Estas ficciones, aunque en cierta forma, nos ayudan a vivir, cuando contradicen la verdad y la justicia, entrañan graves peligros. Uno de ellos, es su aprovechamiento político por la propaganda y los grandes medios de comunicación.
Vemos que lo políticos, los hombres de negocios fingen creer tesis que chocan frontalmente con la realidad y cómo, la repetición mediática de proclamas absurdas, acaba por dotarlas de sentido. Leímos en el 2007, que el 39 por cien de los norteamericanos se consideraban parte del 1 por cien más rico de EEUU. Ciertamente es sabido que no existen los círculos cuadrados y no todos pueden ser a la vez más ricos que los demás. Una cosa es no estar informados y otra creer cosas que no pueden ser. Sin embargo, me parece que la razón que lleva a los norteamericanos a creerse más ricos es la misma que nos lleva a todos a mentirnos. Una razón impuesta por el negocio de la felicidad: los que disponen de mayor renta experimentan un mayor nivel de bienestar que los pobres. No es que el dinero de la felicidad, - esto siempre es discutible- la creencia es mucho más perniciosa: “la felicidad la da tener más dinero que los demás”. Se trata de la idolatría social del dinero y de hecho funciona como una moderna fe religiosa. Aunque no podamos tener más dinero que los demás, mejor creer que lo tenemos. Si no podemos ser mejores, más puros y virtuosos, más fuertes que los demás, mejor pensar que lo somos. ( Es obvio, que siempre resulta más fácil creerlo que llegar a serlo) La conclusión que se impone es perturbadora: como no podemos cambiar las cosas mejor no enterarnos.
Así lo han interpretado durante las últimas décadas los poderes fácticos, los gobiernos de los estados más poderosos, las grandes corporaciones y los bancos, las más importantes agencias informativas: “mientras el bienestar social tenga que ver con creer estar mejor que los demás, a la gente hay que hacerla creer que esta mejor que los demás”. Sirvámosle truculencia sin porqué, desastres que afectan al prójimo. Ni una palabra sobre las causas de la profunda desigualdad en la que viven. Ningún interés por conocer la vida de otras sociedades más justas, más equilibradas. Nada sobre los riesgos de la especulación financiera, ni sobre los límites de un desarrollismo basado en el consumo. Nada sobre el deterioro ecológico de la vida en el planeta. ¡Si para el bienestar de las gentes, resulta más sencillo, creerse más rico, más seguro, más sano, que serlo; mejor que vivan engañados!.

Hace unos 2500 años los filósofos griegos, Socrates, Platón, Aristóteles, reflexionando sobre este asunto, pusieron muy en entredicho que realmente se pudiera ser feliz, cuando la vida se edifica sobre una ficción o una mentira.

Pero quién quería acordarse de los filósofos griegos. ¿Para qué?; si una montaña de negocios florecientes se apoyaba en la misma ficción: la felicidad aumenta al sentirnos más ricos que los demás. ¿Para qué? si la maquinaria social seguía funcionando con este combustible inflamable y escaso del “y yo más que tu”. De igual forma, la economía global se ha asentado sobre la peligrosa ficción de un petróleo interminable y barato para todos, y sobre la hipótesis insostenible del consumo y del crecimiento demográfico y económico, sin limites. Y la política, lo ha hecho sobre la falacia de tratar de globalizar la democracia formal occidental, sin considerar los continuos desementidos que suponen las guerras por los recursos naturales, las “grandes bolsas” de desesperados, y los millones de hambrientos en el mundo.

Pero llegó el día en que la ficción se derrumbó, las mentiras siempre acaban por descubrirse... Llegó la gran crisis económica y de repente, hemos descubierto, que no hay recursos financieros ilimitados, que la economía sólo puede sustentarse en el trabajo paciente y productivo, que no hay inversión sin ahorro, que el consumo está limitado por la sostenibilidad de los recursos de nuestro planeta. Hemos reparado, a nuestro pesar, en que no hay círculos cuadrados, en que no somos especiales y nuestro destino está dramáticamente entremezclado con el de esos millones de parados. ¡Ay! todo esto nos produce un estado de frustración y decaimiento...