¿ Conoces los invisibles hiladores de los sueños?. Son dos: la verde esperanza y el torvo miedo. Antonio Machado.
Aquella noche la pasé con Agilulfo. Un joven de rasgos sorprendentemente similares a los mios. La cara fina, el cuerpo flexible, los miembros largos y una complexión delgada que le hacía parecer más alto. Su aspecto, no coincidía con la idea que me había formado de él y sin embargo, me resultaba atractivo. Era ya muy tarde cuando me quedé dormida. Aún no había amanecido, cuando me desperté de un sueño agitado. Agilulfo no estaba a mi lado. Cruzó por mi mente un pensamiento terrible: ¿Y si todo fuera mera fantasía, una mala pasada de la mente, en un día de mucha tensión. Una especie prolongación en la vigilia del engañoso sueño con nuestra alma gemela?. ¡Temí que todo fuera una ilusión!. Me levanté de la cama, y fui a buscarlo. Lo encontré desnudo frente al espejo del baño. Ambos nos contemplamos con extrañeza, como una pareja de ciervos inquietos que van saciando su sed a medida que beben su imagen en el espejo.
- ¡Cuando te duermes, mi cuerpo se vuelve borroso! dijo. No me importa, aunque temo que si te descuidas, o simplente, te olvidas demasiado rato de mi, perderé de nuevo la consistencia.