¡Por fin!

Me cuesta escribir con toda la resaca acumulada de este fin de semana, pero esta entrada lo merece. Después de 2 meses en Berlín (¡como pasa el tiempo!), por fin encontré lo que llevaba buscando desde que llegué: ¡un bar de rock en directo!

Berlín no es que sea la capital del la música en directo como otras ciudades, pero aún así esperaba cierta oferta. La cantidad de conciertos de grupos famosos supera con creces a Zaragoza, pero así también sus precios: 70€ por entrada de grupos como Franz Ferdinand, ni quiero hablar de Whitesnake o Judas Priest. Algo desanimado ya por esto, y por haberme perdido el concierto de Metallica la semana que llegué aquí (ahí si que hubiese pagado lo que me pidieran), empezamos a mirar garitos de música en vivo.

Y así, después de algún que otro intento frustrado, por fin el viernes encontré el Black Box en google. Sin tener ni idea de lo que nos podiamos esperar, un par de llamadas de teléfono cribaron los que realmente teníamos ganas de rockanrolear. Viajecito en S-Bahn hasta Tiegarten.

Al llegar al garito nos encontramos que su local es un hueco debajo de las vías del cercanías. Buena señal, no hay que preocuparse por atronar a los vecinos. 5 € de entrada y pa'dentro. Bar más cutre a no poder ser, pero con mesas altas y sofás. Pillamos la esquina y unas buenas cervezas de trigo de 1/2 L. 3'50 €, caro para ser Berlín. Sale el grupo. El dueño del local, un tipo en traje negro con pintas de vieja gloria del soul nos hace un speech en inglés (WTF!) para darnos la bienvenida a su bar, agradecernos el haber venido y presentar a la banda: "The Rock".

Comienzan a tocar. En esos momentos siempre temes que el grupo pueda ser una panda de nenas o unos pirados del death metal (o unos flipaos de mezclar techno con todo). Unas notas desgarradas del solista de 150 Kg nos hacen respirar aliviados, para a continuación caer en el éxtasis de estar escuchando, por primera vez en mucho tiempo, rock & roll en directo.

The Rock no es una banda conocida, ni siquiera son buenos. Son un grupo amateur, con su típico guitarrista cojonudo y otro más normalito, pero que tienen muchas ganas de tocar buena música y de divertirse ellos y al público. El show duró desde las 10 y media hasta pasadas las 2, cuando ya no quedaban en el bar más que sus novias y nosotros, cantando a pleno pulmón los coros de Sympathy for the Devil. Al final nos hicimos una foto con ellos y todo. (No es para menos, habíamos estado dando la nota desde la segunda canción).

Un buen local, buena música, buenas cervezas y buenos amigos. La noche no podía fallar y no defraudó. Otro sitio para anotar en la lista.