EL DRAGON HERENSURGE

Érase una vez un genio que se aparecía en forma de serpiente -suge significa en vasco culebra -, un gigantesco dragón de siete cabezas que vivía durante los meses de verano en la sima de Aralar.

Cuando le crecía la séptima cabeza, se encendía en llamas y volaba raudo hacia Itxasgorrieta, la "región de los mares bermejos" de Poniente, cruzando los aires con un ruido espantoso, y allí se hundía.

Cuando sentía hambre bajaba a los pueblos y causaba en ellos innumerables muertes.
La amenaza de Herensuge, el dragón-culebra, forzó durante siglos la aparición de héroes anónimos, que recurrían a la ayuda de fuerzas mágicas para vencerle cortando sus siete cabezas, liberando así a sus víctimas.

Desde entonces, las centenarias hayas de Aralar conviven con el eco de multitud de fábulas.
Narrada en distintas versiones, la historia de Herensuge constituye una de las leyendas más bellas de la mitología vasca.

A partir de la Edad Media, su figura se cristianiza y empieza a ser relacionada con el diablo. De este modo, mitología vasca y religión cristiana se funden en la leyenda de Don Teodosio de Goñi, en el siglo VIII.

Se cuenta que este caballero, señor de la comarca de Goñi, al volver a casa tras luchar contra los árabes, se encontró con el demonio disfrazado de ermitaño. Éste le dijo que, en su ausencia, su mujer le había sido infiel. Fuera de sí, acudió Don Teodosio hasta su casa y por error asesinó a sus padres, quienes dormían en su lecho conyugal. Para pagar su pecado, se retiró a Aralar atado con unas pesadas cadenas.

Un día se le apareció el diablo en forma de dragón. El caballero imploró al arcángel San Miguel, quien le libró de las ataduras de penitente y le ayudó a vencer al monstruo. Don Teodosio en acción de gracias mandó construir una ermita dedicada al arcángel. Y hasta hoy pervive en Navarra el culto a San Miguel, el mensajero divino que mantiene sometido al dragón o Príncipe de las Tinieblas.

Vencido para siempre desde hace siglos, Herensuge dormita bajo el trazado del Plazaola.

A medio camino entre Pamplona y San Sebastián, su cuerpo reposa entre dos inmensos valles: al oeste, Aralar; al este, Ultzama.