Plan A, plan B, plan C...

Voy a tocar un tema que me parece que es como las almorranas, que se sufre en silencio: Los fines de semana mal planeados.

Berlín es considerada una de las capitales europeas de la parranda. No en vano, las compañías de vuelos de bajo coste ofrecen viajes de fin de semana sólo para salir de fiesta: llegas el viernes por la tarde y te vuelves el sábado por la mañana a casa a dormir la mona.

Pero Berlín es grande, muuuuy grande. Y aunque cuente con infinidad de discotecas (clubs les llaman), están dispersas por la ciudad. Yo venía con la mentalidad de Zaragoza, donde caminando vas de una zona de bares a la siguiente, y en cada una hay como 20 para elegir (aunque al final siempre acabes en el mismo garito). Y ya llevo un tiempo aquí, pero sigo sin acostumbrarme a planear la noche.


Como he dicho, las discotecas están dispersas por la ciudad. No dispersas como si te tocara andar 20 minutos para ir de una a la otra, sino que necesitarás una hora y cambiar 3 trenes para moverte. Además, en casi todas has de pagar entrada (que varía entre los 3 y los 12 euros). Bajo estas condiciones, equivocarte de discoteca supone perder una o dos horas, y dejarte una pasta innecesaria. Por ello, antes de salir, se debe hacer un ritual entre el grupo de amigos.

Lo primero, preguntar si alguien ha oído hablar de alguna fiesta/concierto/evento especial esa noche. Hacer algo diferente siempre es bienvenido. En caso negativo, cribar los bares que nos conocemos: manías, fobias, música, colegas de colegas que van, etc. Una vez seleccionados un par de candidatos, se decide y comenta y se hacen dos planes: el A y el B. Esto es importantísimo.

La filosofía del plan A y B nos ha salvado mas de una vez de acabar tirados en medio de la calle y la nieve. ¿Tan complicado es salir de fiesta por Berlín? Tan sólo imagina, querido lector, que es la 1 de la madrugada, llevas 4 (o 6) cervezas en el cuerpo, hacen -15 ºC en la calle (que está llena de nieve) y el bar al que te dirigías está lleno o ese día toca el hijo tonto de alguien y cobran 15 euros de entrada o simplemente no te dejan entrar (este punto se merece otro post).

Las primeras semanas en Berlín era un caos salir de marcha por nuestra cuenta, sin conocer la ciudad ni los sitios a los que ir, siendo guiado por gente que aún tenía menos idea que tú y cosas por el estilo. Ahora ya somos profesionales, o casi. La anécdota del sábado pasado.


Precedentes: Un ex-erasmus de visita. Ganas de revivir la noche Berlinesa. Propone ir a una discoteca: el Watergate, techno a piñon. No nos termina de molar, pero un día es un día. Tenemos plan A. Pero quiere ir temprano. Quedamos para ir a hacer botellada en un parque (¡aquí es legal y no está mal visto!). El plan A pasa a ser B. Empezamos a hablar que con la buena noche que hace estaría mejor estar al aire libre. El Bar 25, a las orillas del río se plantea perfecto. Pero siempre hay mucha cola y no te dejan entrar. Como caído del cielo, me llama Javi y me cuenta que están ahí, que nos cuelan. Genial, tenemos plan C, así que tiramos para allá. Me llama mi colega ex-erasmus, se ha caído del plan el Watergate -no pasa nada, tenemos plan C-.

Llegamos a la puerta, y ¡oh sorpresa! No nos habíamos entendido y resulta que no estaban en ese bar, sino en uno al otro lado de la ciudad. Entrar en el 25 estaba imposible. Improvisamos un plan D sobre la marcha: Maria am Ostbahnhof*. Tiramos para allá, pero no pasamos de la puerta porque una chica que venía con nosotros tenía 17 años (parece mentira que a mis años aún tenga que vivir esas situaciones). ¡No pasa nada! Tenemos más kilómetros que el transiberiano y nos sacamos de la manga un plan E: el Yaam. Este bar de temática Jamaicana tiene una playa artificial a orillas del Spree, y el tiempo invitaba a disfrutar de la luz de la luna. Ahí que nos metimos, y 10 € que nos clavaron.

Y ya hechos tierra, nuestro colega ruso empezó a insistir: tíos, vamos a por el plan F: ¡los irlandeses están en el Weekend! ¡Aún podemos ir a un club!


Al final nos fuimos a casa, que no estábamos para planes F. Nos encontramos a mis compañeros de piso en el McDonalds de la estación. Curiosamente ellos también habían quemado todos los cartuchos anoche y se volvían a casa reventados, sin haber podido entrar en ningún sitio. La noche estaba maldita.

Afortunadamente, no pierdes la sensación de que, después de todo, Berlín no es tan grande y encuentras amigos por casualidad casi todas las noches.


*PD: Para Juanlu y Pablo. Érase una vez tres tíos haciendo interrail que conocieron a unas irlandesas en un albergue, y se las llevaron de fiesta un caluroso domingo 9 de Julio, celebrando la independencia de Argentina. La primera discoteca a la que intentamos entrar estaba cerrada aquella noche. Se llamaba Bar 25. Fuimos a una segunda, pero sólo Juanlu y su Libertad entraron. El resto se quedó fuera, enseñándoles más tacos en español y canciones de los Gandules. Se llamaba Maria am Ostbahnhof.