Algo se muere en el alma.

Siempre he intentado, desde este blog y en las ocasiones en las que nos hemos visto, mostrar la cara amable, divertida y loca de mi experiencia en el extranjero.

Tal vez pensasteis que aquí todo es diversión, juerga y desenfreno. Lo cierto es que no me puedo quejar, pero también tiene su cara negativa esta moneda.

Y es que, por mucho que me guste vivir aquí, hay momentos duros, muy duros.

Podría poner mil ejemplos de las dificultades diarias que me encuentro, pero no se por donde empezar.

¿Habéis alguna vez imaginado lo que significa no poder comunicarte? ¿La frustración que se siente en las situaciones más cotidianas (como comprar el pan o ir a echar una carta)? ¿El estrés que se sufre al pensar que si el tendero se sale del guión que tienes en la cabeza, no sabrás qué hacer?

La vergüenza que te produce, después de tanto tiempo aquí, al conocer a una nueva persona, el no poder comunicarte verdaderamente con ella, el no saber expresar cómo eres.

No sólo eso. El sentirse excluido en cada conversación, el temor a abrir la boca por no estar seguro si sigues la conversación o no.

Más aún que tras pasar mil y una penalidades, tus sentimientos y tu actitud se vuelven cada vez más abiertos hacia la gente en tu situación, pero el resto de la humanidad sigue rondando en su círculo, lo que aún te hace sentir más apartado y frustrado.

Afortunadamente desarrollas un sexto sentido para las buenas personas, los que te comprenden y ayudan. Y se crean unos vínculos imposibles de explicar, pero tan reales como la amistad que los alimenta.

Y eso es lo peor de todo. Por que sin duda alguna, lo más triste de estar fuera es conocer a gente tan maravillosa como con la que he tenido la suerte de compartir este episodio de mi vida. Unas amistades y amores tan intensos que te hacen dudar de su existencia. Una vela que arde tan intensamente como te recuerda que este tiempo acabará muy pronto, y al que menos tarde que temprano deberás decir adiós.

Duele cada vez más decir adiós cuado otro amigo se va.