Justo en la esquina donde se abría la azotea esperaba una destila de piedra que goteaba el tiempo limpio. Un bernegal verdoso que con un cacharro de lata palpitaba las horas en un sonido metálico antes de abrir la puerta a empujones. Una puerta que se aferraba a la guía mientras la humedad resistía la huída. Allí sentado en el suelo con las piernas abiertas iba trenzando cebollas. Antes de salir