Carta al señor A.

Querido A.

Siento empezar con unas palabras tan desagradables, pero odio a poca gente en esta vida y contigo ese sentimiento me sobrevino nada más conocerte. Y no es que sea un experto en calar a la gente nada más conocerla, pero si ya los alemanes suelen ser gente transparente en sus defectos afectivos, tú les ganas a todos.

Francamente, me plantearía tomar clases de habilidades sociales. Si es que no las has tomado ya para todo lo contrario, porque difícilmente podría hacerlo mejor que tú. Tardaste más de un mes y medio en dirigirme la palabra cuando me estabas viendo todos los días en el departamento, y no me ayudaste en absolutamente en nada para adaptarme al nuevo entorno. Pero hasta ahí lo entiendo, ya que como buen alemán-cabeza-cuadrada, que además es un pijo y un trepa, el resto de la gente para ti no existe.

Lo que no me cabe en la cabeza es que me hicieras perder un mes de mi proyecto porque no te salieran las ganas de tus santos cojones, y perdón por lo de santos. Para que encima, cuando al señorito le apeteció por fin dejarme trabajar, me demostrases que eres un completo inútil como ingeniero y como profesional. Hasta el momento defendía en parte la especialización en la ingeniería, pero unas lagunas tan grandes como las que tienes demuestran que el sistema te ha fallado. No me explico cómo puedes vanagloriarte de ser un experto en los ventiladores centrífugos(que tanto han contribuido al desarrollo de la humanidad), y no tener ni remota idea de cualquier otra cosa. Yo sabía lo que era una caja de Faraday con 16 años, porque nos lo enseñan en la escuela.

Ha sido duro aguantar los últimos 3 meses y medio tus chistes sin gracia, tus contestaciones bordes, salidas de tono sin venir a cuento y tu total falta del sentido del humor mientras, además, intentabas ser “mi amigo”. Algo no me cuadra del todo.

Pero si bien alguna vez te has mofado de mi adaptación en Alemania, yo sabía que no tardaría la oportunidad para vengarme. Y verte torpe y patéticamente intentar ligarte a una paisana mía, con frases estúpidas y de baboso, sin dejar de preguntarme por ella en cuanto salió por la puerta, me alegró el día, porque me diste la oportunidad perfecta para manipularte a mi antojo y devolvértelas, una por una, las desavenencias que me hiciste sufrir.

No te lo tomes a mal A., pero a los españoles no nos gusta que un pringado alemán nos toque los cojones. Estamos de vuelta con los guiris. Y por cierto, otra de las cosas que deberías saber si tuvieras algo de mundo, es que hay que echarle muchos huevos para echarle fichas a una española. Ahí queda eso.