El último demonio.

"El infraescrito demonio, da fe de que ya no quedan demonios"¿ Para qué más, si el hombre es de por sí un demonio?. ¿De qué sirve persuadir a hacer el mal a alguien que ya está convencido?.
Yo soy la última de las persuasoras, vivo en un ático de Bruselas, y obtengo "mi sustento" de un ordenador.
No me preguntéis como me las arreglé para llegar aquí. Cuando Asmodeo manda algo, hay que obedecer sin rechistar. Hace tiempo que “allí abajo” se venía pensando en la necesidad de poner al día los polvorientos archivos.
El caso es que de repente y sin saber cómo, me vi involucrada en el asunto. Desde luego mi delicada situación, tras el encontronazo con Baalberith, era la menos apropiada para ponerme a hacer alharacas. Como suele decirse llevaba años bailando en la cuerda floja. Así que no tuve más remedio que aceptar “mi traslado”.
Por otra parte, mi francés siempre ha sido bastante aceptable y el paisaje de Bruselas no me era del todo desconocido. Fue precisamente aquí, donde me labré la desgracia, mientras acompañaba al encarnizado Baalberith en la ofensiva alemana de 1941. El homicidio era entonces cosa frecuente en estos pagos. ¡ Qué grandes inventos: la patria, la raza, la nación!. ¿ Qué se supone que debe hacer una vieja embaucadora, en medio de tanto asesino?. ¡Si no quedaba el más leve resquicio para profesar el viejo arte de la seducción; nada quedaba del noble oficio diabólico!. “Muerto el perro se acabó la rabia”, éste era el lema de aquellos tiempos. ¡ Qué le voy a hacer !. Será cuestión de carácter, pero me da repelús la brutalidad. Y cometí el error de dárselo a entender a quien no debía.
¡Para qué más!. La envidia entre los diablos es cosa bien sabida. Mi destitución sembró el general regocijo entre los burócratas del Archivo Central. Me enviaron a los sótanos a limpiar el polvo de toneladas de legajos y expedientes.
Por eso ahora, me produce cierto regodeo, que mi trabajo haya puesto en entredicho la utilidad de la hasta ahora intocable Oficina del Archivo Central. Por una vez, mi reducido tamaño, motivo de tantas burlas, me sirvió para que se me encomendara esta misión. Debo decir que soy un espíritu diminuto. Lo que se dice “una diabla menor”, en la verdadera acepción de esta palabra. Que por mi condición diminuta, pudiera ser remitida en tan sólo una unidad de información, como otro cualquiera de los virus informáticos, cuadraba de maravilla con los planes del Jefe. Para quién los criterios de economía y eficacia se han convertido en una auténtica obsesión.
Como me temía, encorsetada en los escuetos límites de un solo “bit”, el viaje no fue muy halagüeño. Si se puede llamar viaje, al fogonazo que me catapultó de narices contra la dura pantalla de un monitor. Mi vida ahora es un continuo trasegar por los circuitos de la salas de ordenadores del último piso de la sede de la Comisión Europea. Si supierais como añoro, aquella antigua manera de viajar. Cuando la mullida oreja de un buey o la socorrida mochila de un buhonero prometían un viaje lleno de alicientes.
El trabajo consiste en recopilar y enviar, cuanta información pueda interesar en el infierno. Tengo entendido que este material ha provocado una auténtica conmoción allá abajo.Están tan atareados en compaginar la superabundancia de información con los criterios de economía y eficacia que hace años que no me topo con ningún colega.
Al parecer tal y como van las cosas, allá abajo se ha creído innecesaria cualquier tipo de intervención en este mundo. El jefe ha apostado por la realidad virtual y nos inunda con e-mails en los que da por sentado, que en breve, el mundo “finiquitará” con un caos irremediable.
Mientras tanto; suelo pasar el tiempo observando através de las pantallas, como se afanan por nada estos bien alimentados funcionarios de la Comisión. ¡Cuando tengo un rato libre, doy en pensar que en este mundo ya no hay necesidad de demonios!.